Así llamaron los Selk'nam a Martín Gusinde, el etnólogo austríaco que registró, tanto en textos como en fotografias, parte de los rituales de la comunidad en diversos viajes a Tierra del Fuego durante los años 1919 a 1925.
Mankacen, el cazador de sombras
La imagen fugitiva
Mirar en conjunto aquello que no debería separarse
las fuerzas de lo invisible
lo oculto,
los secretos
lo silenciado
la sexualidad
el viento
los símbolos
los sueños
La ceremonia del Hain es un rito de pasaje a la adultez para los jovenes varones del pueblo Selk'nam.

En las fotografías tomadas por el etnólogo Martin Gusinde en el año 1923 podemos admirar con gran detalle los cuerpos ritualizados pintados con arcilla roja y blanca y vestidos con máscaras cónicas para encarnar a los espíritus de la ceremonia del Hain, ceremonia que podía durar de dos a tres meses hasta un año. Del gran cuerpo de imágenes de Mankacen, sólo una corresponde a un espíritu femenino: Xalpen, la controladora del poder femenino nocturno de Luna, capaz de instalar el matriarcado.

Como muchos de los espíritus representantes de lo femenino, su casa era el mísmisimo centro de la tierra.



Xalpen, Kulan, Hóshtan, Kulpush y Tanu son los nombres de los espíritus femeninos del Hain. Aquí las palabras que los describían:


voraz
insaciable
subterránea
colérica
hípersexual
monstruosa
caníbal.
Maukel: sho'on del Este, cantado por las mujeres para saludar a Kulan.
Intérprete Lola Kiepja. Recopiladora: Anne Chapman.
En términos de elementos, poco aire, más bien la observación de cómo se comporta el fuego al otro lado de la montaña. El humo es blanco, gris, rojo y negro.

No hay mucho que se pueda hacer ante el fuego, a su paso, algo muere. A lo lejos, alguien ve señales.

Así se siente el agua desde la tierra, como una contemplación de un incendio otro, 'errado', como habla Diana Bellessi de su jardín.

Lo errado puede ser un reflejo.



No quiero ser la que busca el reflejo para saber cómo luce, quiero ser la que envía señales de humo, de un fuego propio.
Notas sobre el fuego
Notas sobre los espacios
Observo el cielo, hago zoom, en cada espacio, hueco, vacío, hay una estrella.


Recomponer la imagen del espacio. Escuchar el cielo ancestral.
En mi mundo de fantasía las cosas son hermosas y terribles, y eso está bien porque soy yo quien las observa, quien las hace aparecer.


La exclusión puede ser un punto de fuga. No un agujero, no un vacío, una fuerza.

Un peso sobre una delicada tela.
The Living Planet: a Portrait of The Earth. The Frozen World.
Audiovisual
Kulan, ¿un espíritu convocado por qué intenciones? ¿qué fuerzas? Tu imagen ausente se llama con otras historias, otras identidades. La de las mujeres que te imaginaron, que cantaban para tu aparición, te extendían la carne de su cuerpo. ¿Qué otra cosa podían ofrendarte?

Lo único que queda es recordar, pero, ¿en qué lengua? ¿en qué memorias? ¿qué espacio puede hacerte este presente sin ceremonias?

El hilo de lo espiritual no llega a tocarnos. Somos hijxs de una tierra sin rituales, nos perturba la ausencia de imágenes. No ofrendamos la música de nuestro canto. Nosotrxs, lxs herederxs erradxs de la tierra del mito, precisamos de un cuerpo para alojar el relato.

Y sin embargo, hay un origen femenino que se mantiene oculto, fugitivo.

Hay otra mujer en mi historia de la que no hay foto, quizás extraviada: mi tatara-tatara-abuela Epifanía. Me dicen que es mi pasado con sangre más antigua, sangre Henia-Camiaré, una habitante de las cuevas.

Todo lo que sé de ella es su nombre, y que tenía trenzas largas. Imagino su foto, sus manos de mujer árbol, su pelo negro, su turba de las miserias y su ternura. En el día en que tembló el cosmos, entre piedras coloradas, Epifanía dió a luz a su hija. Y por el mismo lecho por el que baila la lluvia, madre e hija llegaron al mundo a través del río, el agua limpió el dolor, las culpas del pasado. Sabina la llamó, como la mujer aerolito de la Huautla, la que venía de las estrellas y curaba con Niños Santos.


Creí que hacer aparecer la imagen de Kulan traería los ecos de su espíritu. Pensé en prestarle mi cuerpo. Ofrendarle la justicia de la imagen, junto a sus trece pares, los visibles de lo no visible; pero es un traje demasiado grande, una ceremonia distante.
Torcer la anécdota,
lo acontecido.
La campana está llena de viento,
aunque no suene.
El pájaro está lleno de vuelo,
aunque esté quieto.
El cielo está lleno de nubes,
aunque esté solo.
La palabra está llena de voz,
aunque nadie la diga.
Toda cosa está llena de fugas,
aunque no haya caminos.

Todas las cosas huyen
hacia su presencia.
Roberto Juarroz. Poesía vertical.
Al tocar el suelo de arcilla blanca, entre respiro y suspiro, lo que se escucha es la música de la historia de la tierra, su radiación cósmica.

Algunxs escriben allí su historia de supervivencia.

Pero no siempre fue tallo de la misma crueldad la música de la tierra. Una de sus formas fue inventada alrededor del año 1880 con la llegada de los blancos y su plan de exterminio y ocupación de la Tierra del Fuego.
Los mundos sutiles te susurran, ¿los escuchas?

Todas las cosas tienen espíritu. Entonces, invento el artilugio que hace al espíritu de lo invisible aparecer.

Me ofrendo de canal para sus mensajes.

Hay una fuerza entrañable que comparten lo invisible y lo invisibilizado. ¿Es rojo el color de su asombro? ¿Y de su furia?

Intuición y simbología para tocar los horrores del más acá, una desobediencia elegida a su imagen y semejanza para que los sobreviva y los subvierta.
¿Qué insondables secretos peino, Lola?
No pregunto docta
me deslumbro sabiéndolos a resguardo.
No veas mi rostro, amiga,
no son lágrimas de blanca niña arrepentida,
se hace pelo delgado la teoría, Lola, se corta.
Todos los mitos son uno y sin embargo
mientras separo cada hebra
desde la raíz hasta las puntas toco
siglos de diferencia.

Pongan las manos en mis senos, camaradas,
escucho la memoria de los cortes
trozóse pezón en libras esterlinas
trastrocóse la vida misma en mercancía
mas no hubo vasallaje de la voz.
No son medidas de tiempos, Lola,
lo que se me revela
ni huellas de choique en la noche del cielo
son el peso de los agravios
que en el pelo se posan
la cantidad de ojos que olisquean y se enredan.

Me contaste tu desesperación
te contaré la mía.
El mundo se nos ofrece a nuestra imaginación, Lola,
nos llama como guanacos salvajes
linces de satén se deslizan en la nieve
garzas de terciopelo florecen a orillas del río.

En cada pasada de peine, Lola,
me esmero y me digo
si supieran a cuántos papers y subsidios equivale, amiga mía,
la manera de reírnos
frente al espejo
esa palabra celebradora que nos hermana.
Poema del libro 'Úlichen', de Silvia Mellado.
Me dicen, Kulan, sobre tu espíritu fugitivo que es insaciable, que la tierra se rebalsa en tus deseos y refucila los pigmentos de tu vitalidad.

Rasco hasta armar un hueco en esta barco a la deriva que es nuestro planeta, tiro del hilo misterioso de las preguntas. Sigo el rastro que dejan las imágenes ausentes.

«Todo cuerpo es un viaje en curso», entonces, ¿qué vehículos? ¿qué desplazamientos?

Si «las imágenes se ríen de la domesticación», solo queda rendirse. Dejarse guiar por la imagen fugitiva; instruirse por lo indomesticable.
“¿Dónde se fueron las mujeres que cantaban como los tamtam?

Había muchas mujeres. ¿Dónde se fueron?”.


Lola Kiepja,1966
Una investigación científica llevada a cabo en el año 1968 confirma que, gracias al sonido del viento, aún es posible escuchar el Gran Rumor.

Al intentar registrar con un dispositivo de morfología cónica el sonido del silencio, lxs científicxs se encontraron con que el estallido originario, al día de hoy, no cesa de transmitir su música.
Resulta que es más posible escaparse del mundo de las imágenes que del mundo de los sonidos, pues al parecer «las imágenes se ríen de la domesticación».


El espíritu de Kulan se oculta en los bosques para acechar a aquellos que resultan de su agrado y seducirlos. Con frecuencia, lleva al shó’on (cielo) a sus amantes por varios días, obligándolos a practicar sexo con ella de forma ininterrumpida.

Para mantener el vigor de estos hombres, los alimenta con huevos de pingüino emperador, aves que siempre la acompañan.
Danza realizada en honor a Kulpush en el Hain de 1923,
fotografiada por Mankacen.
Una cueva no es solo un lugar para esconderse.
Es un altar para transmitir mensajes,
un megáfono para amplificar la voz.
Una oreja gigante.


Rodrigo Túnica
en 47° 01′ 37.1″ S, 70° 38′ 40.8″.
Mujer aerolito, te diré: porque soy aire, deja que use mis poderes mágicos contigo.
Las fotografías de Martín Gusinde sobre la Ceremonia del Hain se extienden como un centro magnético más de la Tierra. Las observo una y otra vez. Recorro los trajes de pieles de guanaco, de zorro, lobo marino y cururo; la nieve helada bajo sus pies abiertos; los pigmentos que hacen al espíritu de sus cuerpos.

De los catorce espíritus de la Ceremonia sintonizo con uno, el relato que me llega arma a su alrededor otro centro de gravedad. Su nombre es «Kulan». Lleva consigo la carga del espíritu femenino insaciable. Busco una fotografía suya, no la encuentro. No hay tal registro tomado por Makacen, el «Cazador de sombras».


El magnetismo tiembla.
Danza del Hóshtan durante el Hain de 1923,
fotografiada por Mankacen.
"En la gran choza ceremonial lejos del oído de las mujeres,
los mayores revelaban el secreto del Hain a los jóvenes.

El secreto tenía que ver con el primer tiempo del mundo, con el matriarcado".

Anne Chapman.
Kulan, se presenta a menudo en Hain —a diferencia de otros espíritus femeninos, que rara vez hacen su aparición— siempre de noche. Las mujeres anuncian su descenso de los cielos cantando.

En sus orígenes, la ceremonia del Hain perteneció a las mujeres Selk'nam. Ellas eran las dueñas del secreto revelado bajo la choza ceremonial que, con su forma cónica, mantenía oculto de los hombres el gran artilugio de la supervivencia.

Una noche, un grupo de hombres se acercó a la choza ceremonial a espiar a las mujeres en el Hain, y fue así que la imagen del artilugio, todavía latente, fue revelada.

Se produjo entonces, una marca en el eco del estallido originario, el canto de las mujeres Selk'nam fue silenciado bajo un nuevo gran rumor: el patriarcado.
«Tener un cuerpo planetario —un cuerpo propio de un planeta— es estar a la deriva».
Imaginar un viaje hacia las masas de agua, en el camino: la fuerza de lo ausente me llama. Lo que se fuga ejerce su peso en la delicada tela del presente.


Ficcionar un viaje imaginado, llevar las preguntas del proyecto a través del personaje de «Mankacen, el cazador de sombras», así llamaron los Selk’nam al etnólogo y fotógrafo Martín Gusinde, quien retrató el archivo fotográfico más completo de la Ceremonia del Hain.

Para el relato se utilizarán archivos públicos y privados –pedir permiso–, encontrados y propios.

Los archivos encontrados están filmados en VHS, durante el mes de febrero de un año desconocido. Mi intención es completar el archivo con nuevos registros, en VHS también, con la cámara RCA junto a la que se encontraron estos videocassettes.
Se incluirán también fotografías del archivo de Martín Gusinde y Anne Chapman. Así como fragmentos del film 'Vida y muerte en Tierra del Fuego' realizado por Ana Montes y Anne Chapman.

Se producirán nuevas imágenes fijas y en movimiento que aporten a la narrativa.

Guiará el recorrido visual el relato de una voz en off que narre el viaje y las preguntas de Mankacen, quien será testigo de lo que se va develando ante sí.

El viaje sucedió hace tiempo, es la búsqueda del hoy la que hace aparecer las imágenes del pasado.

Atender meticulosamente a este enigma, sin voluntad de interpretación.
¡Ah, los artilugios de la supervivencia! ¡Sus potencias! El realismo mágico con que los ritos, la poesía, el canto son capaces de elevarnos de la turba de las miserias y soltarnos con ternura e irreverencia en un desierto repleto de perlas volcánicas que contienen la memoria de Todo, y siempre dejan un rastro para volver.


Pero, ¿a dónde volver cuando los blancos bajan del barco y te acorralan contra los acantilados? Y solo estás vos y tu cuerpo.

A tu cuerpo, ahí tratas de volver. Y entonces, huís. Huís con todo lo que sos, huís hacia tu presencia.


Esa noche, cuando los jinetes te acorralaron, tuviste suerte, te metiste dentro de una piedra y ella te cuidó. Juntas miraron los cuatro shó’on (cielos), y te preguntaste, ¿qué haruwen (tierra) para mí?

Esa noche, vos fuiste la piedra. Y la piedra fue vos.


Te mantuviste oculta, fugitiva, pero otra vez, sin preguntar, llegaron los cristianos y los estancieros, bajaron del norte y del sur con sus ovejas, sus caballos y evangelios, y con ellos las enfermedades y el trabajo duro.

Fue cuestión de un poco más de tiempo, que con ellos también llegara, la muerte.
Sin casa, pieles ni hijos que cargar sobre tus hombros, sin tierra que caminar, "no tengo nada" dijiste a quienes te preguntaron y rieron con tu respuesta.

Igual caminabas. Sonreías. Asentías. Te asombrabas. Recordabas. Tus recuerdos eran tu tierra y tu casa. Eras rica. Brillabas. Te cuidaban las perlas del negro cielo.


Tus hermanas e hijos, aún ocultos en las piedras, siguen huyendo. Ahora son granito de estrellas, rumores que no cesan de temblar.
Si la sombra es la continuidad de la luz,
¿será el sonido la continuidad del viento?


Los vientos me visitan en las madrugadas.


Amplifican la montaña.
Amplifican la montaña.
¿El canto de las mujeres Selk'nam traerá qué mensajes?
La historia del agua es la historia del infinito. En el sueño del Cazador de sombras tiemblan ríos y mares, hay inundaciones y lluvias. El agua es turquesa, azul y marrón. Mankacen sueña con un viaje que alguna vez hizo. Una fuerza cálida lo lleva hacia las masas de agua.

Las masas de agua se resisten a ser renombradas, los ríos fluyen y se agitan, pero las palabras que los designan se mantienen quietas.

Entre hongos amigos y huevos de pingüinos las palabras se revuelven, alguien dice:
Soy un espíritu sencillo,
para que otros existan
mi destino es arder.


Poema de Marisa Nagri.
Desde muy chica tengo un sueño recurrente, una pequeña casa se incendia. El cielo se cubre de humo. A lo lejos, barcos naufragan, ven las señales, pero no logran llegar a la orilla, la marea los aleja y en sus miradas veo el fuego vidriado. No siempre soy la misma en el sueño, a veces soy el barco, a veces la arena o la casa, y hay uno que se repite y se repite; soy el humo viendo todo desde arriba, un humo satelital. Veo a los barcos escribir mi nombre sobre la arena, pero yo no lo elegí y no puedo pronunciarlo; me llaman Tierra del Fuego.


Ese fue el comienzo, o un comienzo.
Angela era su nombre en castellano.
Angela, femenino de ángel.
El misterio quizá está en el nombre,
en el nombrar,
en el hablar,
en el lenguaje.
Loij era su nombre selk’man.
Era el nombre de su padre.
No tenía significado, me dijo.
“Es sólo un nombre, un nombre antiguo”.
El significado se perdió.
Pero no la palabra.
Fragmento del poema
'En memoria de Angela', de Anne Chapman.
Título: Los comienzos de lo posible.


Me acompaña una lectura clave en este navío, 'A la salud de los muertos, Relatos de quienes quedan' de Vinciane Despret. Agradezco profundamente a Vinciane. Desde que me dejo instruir las cosas fluyen apacibles. Estoy nadando en un gran río, es caudaloso y corre ansioso hacia el mar del este. Mis pies no tocan el fondo, pero veo entre sus piedras unas pequeñas perlas.

Esas perlas son mensajes. Y aunque todavía no logro descifrarlos, estoy tranquila y, sobre todo, acompañada. Dejarse instruir es trabajar en conjunto, componer con. No conocí en la vigilia a quién o con quiénes estoy componiendo, pero apunto sus nombres preciosos: Lola, Angela, Rafaela, Martín, Segundo, Garibaldi, Sabina, Epifanía, Marta, Marcela, Federico. Los acompañan otros sonidos, también preciosos: Kiepja, Loij, Ishton, Gusinde, Arteaga, Honte, Alaniz, Marcolini, Echeuline.

Los escribo y los pronuncio en voz alta.




No podría decir que este trabajo es sobre las ausencias, no lo alientan oraciones afirmativas ni sentencias totales. Su apetito –su procedimiento– es la pregunta. Una de ellas es la pregunta por la fuga.

Dicen que cuando algo nuevo se aprende, algo que estaba guardado se olvida. Dicen que cuando algo se pierde, algo nuevo aparece.
Hito: Aparece la pregunta por la imagen fugitiva.


Y si es cierto que hay imágenes fugitivas, ¿hacia dónde huyen? ¿debemos ir tras ellas? ¿quieren que así sea? ¿por qué escapan? ¿de quiénes? ¿qué ocultan? ¿qué secretos? ¿qué latencias? ¿dejan rastros?

La pregunta es por el medio, ya lo dijo Despret. Un medio que sea amable, propicio para alojar la conversación. También dijo, no es un problema del tiempo este, sino del espacio. Hacer espacio es el problema que nos pone a trabajar. Hacer espacio para que haya lugar, si es que esto no es redundante para nuestras mentes esculpidas por el tecnocapital.
Flota la pregunta sobre el polvo que deja la imagen fugitiva al huir de mí. Huye de mí y huye del mundo, que también soy yo, y también es ella. Huye del relato de su domesticación.


Aquí un procedimiento:


Inscribir la pregunta en el espacio para escuchar el mensaje que traiga el viento, su ruido. Atender a ese ruido. Quitar todas las distracciones, las intermitencias.

Ser la antena. No huir del poema.
- Se trata de hacer lugar.


- ¿A qué? ¿A quiénes?


- A otras formas de presencia, a otras formas de existencia.


- ¿Cómo hacer lugar en este presente para el canto
de las mujeres Selk’nam? ¿Y para sus mensajes?




- ¿Alguien sabe qué hay de propio en la punta de su lengua?
Se pintaban cuerpos y máscaras para la ceremonia del Hain a partir de los pigmentos de arcilla roja, arcilla blanca y cenizas.
Angela Loij en 'La campana de cristal', Ciclo de entretenimientos televisado en la pantalla de Canal 7 en los años 1961 a 1965,
Emanuele Coccia, en su libro Metamorfosis.
Angela Loij
Lola Kiepja
Corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso. En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito,. el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento.
Fragmento de
'El canto del viento',
de Atahualpa Yupanqui.